miércoles, 3 de septiembre de 2008

Fray Camilo Henríquez (1769- 1825)


Camilo Henríquez nació el 20 de julio de 1769 en Valdivia. A los catorce años de edad fue
enviado a Lima (Perú) por sus padres, para que continuara sus estudios básicos. En esta
ciudad estuvo bajo la tutela de su tío materno, el Padre González, quien lo matriculó en
el convento regido por la Orden de San Camilo de Lellis o de la Buena Muerte allí aprendió
teología, historia, medicina y ciencias naturales. También fue instruido en distintos idiomas:
latín, francés e inglés. Además, tuvo la oportunidad de leer y conocer obras de los filósofos
franceses del siglo XVIII; estas lecturas influyeron en su pensamiento y forjaron sus ideas
independentistas, dándole argumentos para su posterior incursión en la vida política de Chile.
En 1787, Camilo Henríquez ingresó al noviciado de esta orden religiosa, para en 1790 profesar
como Sacerdote de la Buena Muerte. En 1809 dejó el convento, debido a que ya había recibido
tres acusaciones (más un castigo en las mazmorras del Santo Oficio) del Tribunal de la Inquisición por la posesión de libros que en ese tiempo eran considerados prohibidos.

Regresó a Chile en 1810, motivado por el movimiento emancipador que se estaba gestando,
deseoso de transmitir sus ideas revolucionarias. Se entregó por entero a la causa de la
Independencia y escribió una de sus mayores obras a favor de la libertad: La Proclama
de Quirino Lemáchez, en 1811. Ese mismo año, redactó otro de sus famosos discursos,
Sermón en la instalación del Primer Congreso Nacional con ocasión de la inauguración del
Primer Congreso Nacional en Chile. Junto Juan Egaña y Manuel de Salas presentó sus planes
ante la Junta de Gobierno en 1811, para la fundación de una entidad única de educación superior. Así, en 1813 se funda el Instituto Nacional, cuyo objetivo inicial fue formar ciudadanos para
la patria: que la defendieran, la dirigieran, la hicieran florecer y le
dieran honor.

Tras la llegada de la imprenta a Chile en 1812, Camilo Henríquez fundó el primer periódico de
la nueva nación independiente, la Aurora de Chile. Esta publicación significó una decisiva
herramienta para este hombre de letras, quien se desempeñó, tras ser designado por la Junta de
Gobierno, como uno de sus principales redactores y es por esto es hoy conocido como el “padre
de la prensa chilena”, debido a su magnífica labor periodística y por impulsar la creación y
difusión de los primeros periódicos en nuestro país. Sin embargo, su vena literaria ha sido
omitida por muchos críticos e historiadores, a pesar de que cultivó el género del ensayo -tanto
para transmitir sus ideas políticas como para comentar acerca de las obras teatrales-, el
género dramático y el poético. Por su parte, los ensayos políticos los publicaba en la Aurora de
Chile, donde tuvo la oportunidad de insertar sus artículos, los que firmaba utilizando el seudónimode Patricio Curiñancu. Algunos de éstos son: “Nociones fundamentales sobre los derechos de los pueblos”, “Observaciones sobre la población del reino de Chile”, “El Catecismo Patriótico y la educación” y “Desventajas del latín para la educación”, entre muchos otros. Luego del Desastre de Rancagua fue exiliado a Mendoza para luego seguir a Buenos Aires, donde colaboró con La Gaceta de Buenos Aires y El Censor. Luego de la Reconquista regresó a Chile, donde se le nombró bibliotecario de la Biblioteca Nacional y se le encargó la edición de La Gaceta Ministerial y la de otro boletín sobre la estadística del país, el que fue precursor de El Mercurio de Chile. Ocupo numerosos cargos públicos: senador (1812-1814) y presidente del senado (1813). Murió en Santiago el 16 de marzo de 1825, declarándose un duelo público por parte del gobierno.